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Type 2 HO-I (Fine Molds 1/35) de Pavel Cherepanov

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Kamov Ka-15 (AModel 1/72) de Dmitry Vostrikov

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Buque oceanográfico «Sarmiento de Gamboa» (scratch 1/700) de Enrique Davila

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SE.5 Hisso (Wingnut Wings 1/32) de Chema Martínez

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Envidia, el monstruo de verdes ojos

vice&virtue2Permítame el lector comenzar con un poco de erudipausia. Dice Shakespeare a través del personaje de Yago en Othello:

O, beware, my lord, of jealousy;
It is the green-ey’d monster, which doth mock
The meat it feeds on […]

Oh, guárdate, mi señor, de los celos;
Son el mostruo de ojos verdes, que se burla
de la carne de la que se alimenta […]

En este pasaje, Yago previene a su señor Otello contra los celos que tiene de su mujer, Desdémona, y que serán la causa del fatal desenlace de la obra. Esta debe ser una de las citas más antiguas en las que se relaciona a los celos con el color verde. Si Shakespeare empleó esta relación varias veces en sus obras tal vez se debió a que para su público era de uso común el hacerlo. En español usamos también esa correlación entre «humores» y colores. Así hablamos de estar «verde de envidia», «rojo de ira» o «pálido (blanco) de miedo». Hay quien dice que esta relación tiene que ver con el concepto de la medicina antigua que ponía en relación los fluidos corporales con los humores, o caracteres predominantes en las personas. Así, el color verde o negro se atribuía a la bilis. Y por ir trayendo todo esto hacia el terreno modelístico, ahora recuerdo que hay un color de la gama de Vallejo denominado «verde vejiga», curioso.

Los celos no son exactamente iguales a la envidia, aunque se alimentan, parece, del mismo pozo siniestro: la comparación. Se llama a menudo «celos profesionales» a lo que no es sino lisa y llanamente envidia,  por eso yo restringiría los celos al ámbito de las relaciones de pareja o familiares, a la célula más próxima a cada criatura humana, y dejaría la envidia para todo lo demás, que no es poco.

Como pasa con otros vicios y virtudes del modelista, quien es envidioso en el sector del plástico y la pintura, lo más probable es que también lo sea en otros terrenos. y envidiará el coche del vecino, la suerte de su cuñado o lo que gana el tontaina de la tienda del barrio, que no sabe hacer la O con un canuto. Vaya usted a saber, porque hay quien tiene envidia hasta de su sombra.

Para distinguir la envidia pura y dura de la otra que llamamos «envidia sana», llamaré a esta última emulación. Emular no es sino «seguir el ejemplo de», hacer algo «a la manera de». Una especie de imitación que se hace por motivos distintos a los de la simple imitación. Así, diremos que cierto humorista imita al Rey, no que lo emula. Sin embargo sí se podría decir que una cría de chimpancé emula a sus padres en la búsqueda de comida. Parece, pues, que emular es imitar para aprender. Dice el diccionario de la RAE, que emular es «imitar las acciones de otro procurando igualarlas e incluso excederlas» y añade que tiene sentido favorable. Exacto, ahí le han dado.

Muchos modelistas conocidos tienen legiones de émulos: Miguel «Mig» Jiménez, Verlinden (en tiempos), J. M. Villalba, Tony Greenland y muchos otros son o han sido seguidos, perseguidos y copiados en sus técnicas y maquetas por modelistas deseosos de aprender y evolucionar. Esto, lejos de ser malo, es de lo más positivo que tiene esta afición, sobre todo si quien sabe está deseoso de enseñar a los demás y no se guarda su sapiencia para sí mismo.

Confieso aquí que me gustaría ser un émulo (no puedo serlo porque no practico ni mucho ni poco) sobre todo de Julio Fuente, un artista de las alas y las hélices al que no tengo la suerte de conocer en persona. Soy ya talludito para tener ídolos (esa tontada adolescente), pero sí hay un puñado de modelistas de los que también me gustaría aprender más (emular más) si tuviese más tiempo y la debida dedicación para mejorar.

Dejados taxonómicamente a un lado los celos y la emulación, parecidos a la envidia pero que no lo son, centrémonos de una vez en el dichoso zombi de ojos glaucos. Decía más arriba que los celos y la envidia se alimentan de la comparación, y es que el envidioso es un ser que se compara con los demás y, naturalmente, siempre sale perdiendo en su fuero interno. Disminuido y acomplejado, en lugar de buscar la causa de su sufrimiento en sí mismo, hace culpables de él a otros. El problema de compararse con los demás es doble e insoluble: por un lado, el envidioso nunca podrá ser la persona envidiada ni tener exactamente sus mismas cualidades, es obvio el motivo. Por otra parte, aunque nuestro acomplejado individuo salga ganando en algunas comparaciones con otros (cree él), siempre acabará encontrando la horma de su zapato, y no en una persona, sino en varias. Siempre, como digo, alguien hará maquetas mejores que las suyas, es cuestión de tiempo.

El envidioso no lo sabe, pero en realidad está viviendo la vida de otros al medir la suya con las de sus supuestos oponentes. Los sigue por todas partes a ver qué dicen, qué hacen o hasta cómo se peinan. Si el envidiado publica algo en una revista, la compran para despotricar; si consigue un premio, pataleta;  si lo nombran en tal o cual sitio web, ya tenemos ardor de estómago para dos días y así sucesivamente. Ni se sabe el tiempo que puede durarle, mientras el cuerpo aguante, supongo.  Qué plan.  Dijo el escritor  Cela que en el pecado de la envidia iba la penitencia, y es verdad. Es curioso observar cómo esas emociones tan negativas tienen un correlato físico inmediato: ceño fruncido, labios apretados, enrojecimiento de la cara, manos cerradas o brazos cruzados. Parece que los antiguos no iban tan descaminados con los humores.

Hay modelistas que dicen que van a los concursos «a ver el nivel». Lo que quieren decir en realidad es que van a comparar sus maquetas con las de otros, que en eso en definitiva consisten los concursos: unos señores comparan maquetas, eligen cuáles les gusta más y las premian. El hecho de buscar comparaciones no implica necesariamente que la criatura sea extremadamente envidiosa, algo sí, para qué vamos a engañarnos. Quien diga que nunca tuvo comezón por alguna maqueta de otro modelista, probablemente se encontrará en uno de estos tres casilleros: miente cual bellaco, tiene muy mala memoria o es un santo en la Tierra. Los concursos, por su misma naturaleza competitiva (y eso los pierde a mi juicio) son terreno abonado para los pateos, el despotrique y el runrún malintencionado por la espalda de los envidiosos. Sobre esto, más en otra entrada.

El modelista envidioso con alto grado de acidez puede pasar, por ejemplo, de comerse el marrón él solito a buscarle fallos a las maquetas de los demás de manera compulsiva, y de ahí a destilarle a otras personas esa inquina que siente buscando apoyos para su supuesta causa. En estos casos, si el personal es dado a dejarse seducir por malas lenguas como normalmente sucede, tenemos las riñas y disputas en público que tanto se han visto en foros y otras plazas. Y es que una de las características del envidioso es la impudicia, llega un momento en que no se toma ya la molestia de disimular la bilis y queda expuesta a la vista de todo el mundo. Tengo observado que la reacción del personal ajeno al asunto suele ser dar la callada por respuesta y mirar para otro lado o aplaudir para que siga el espectáculo. Es un error. Nadie está a salvo de la bilis del envidioso y sólo cuando nos toca de cerca comprendemos que nunca debimos dejarla crecer tanto. Lo que menos necesita un envidioso para curarse es público y atención. Lo que más necesita es racionalizar sus emociones y darse cuenta de que debería evitar pasarse la vida comparándose, un juego en el que nunca tocan premios por más papeletas que se compren. Es tan sencillo (y parece que tan difícil) como llegar a comprender que los méritos o la suerte ajenos no te hacen ni mejor ni peor a tí mismo. Mientras lo comprende, dejemos al envidioso bilioso que se cueza en su propia salsa a ver si algún día renace de sus cenizas como el Ave Fénix, limpio de verdín.♦

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Polikarpov U2 (Eduard 1/48) de Xan Berasategui

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Vanidad, maldito tesoro

vice&virtue

Un frío y recién llovido día de invierno, alguien en una reunión se me presentó así mientras me alargaba su mano regordeta:

Hola, soy Fulano. Me conocerás por mi maqueta, un X, publicada en el último número de Euromodelismo. ¿Tienes la revista?

Servidor, sin experiencia por entonces en la esgrima oral, sin saber bien qué decir y aturdido ante la avalancha de egolatría, mintió:

Ah, sí, lo recuerdo. Pues está muy bien. Me gustó mucho.

Así muestra sus credenciales Mister Vanidoso, con la osadía que da el creerse el donfigura del orbe mundo. Yo tenía que haber visto su maqueta en la revista, qué menos. Y desde luego reconocer al instante a su autor, qué te has creido, boquerón. Fue una toma de contacto, digamos que para poner las cosas en su sitio sin que nadie se lo pidiera (se lo pediría él a sí mismo en todo caso). Después, reflexionando sobre eso, no me molestó, más bien sentí vergüenza ajena.

El menester del modelista es de suyo solitario. Muchas horas al pie del cañón con dudas, vueltas atrás, errores de variado tipo y la lucha consigo mismo (y con los demás si padece el mal de la concursitis), pueden volverlo inseguro, desconfiado, agrio. Si hay además otros problemas personales de por medio, se reflejan automáticamente en el negociado modelístico. Cuando algo le sale bien, o muy bien, hay que hacer valer el trabajo y reivindicarse ante los otros. La vanidad, como la envidia o la amistad carece de sentido sin los demás. Nadie se tiene envidia a sí mismo ni gallea en solitario. Es comprensible un cierto orgullo por la finalización de una maqueta que, por mala que sea, pueda haber supuesto algún tipo de reto personal o por el aplauso sincero porque a la concurrencia (real/ virtual) le haya gustado eso que has hecho, por ejemplo. Es menos lógico y hasta enfermizo esperar la loa y las flores ajenas porque sí, porque soy yo y porque tengo piñones pero tú no los comes. Tengo comprobado que la vanidad suele empeorar con la edad, otro «bonito» regalo que trae el tiempo, además de la artritis y la vista cansada. Pero el tiempo, si no eres lerdo, también puede traer cosas buenas, como la medicina que aplicar a los vanidosos.

Algunos se cantan su propio Magnificat hasta por correo electrónico. En cierta ocasión, hace varios años, un modelista de Madrid al que había comprado una maqueta y me pidió que le confirmase la llegada del paquete, aprovechó para escribirme lo siguiente:

Hola Jesús. […] Espero que disfrutes de la maqueta, aunque está empezada, pero muy poco. Sólo pegué dos piezas. Observarás la limpieza del montaje. Recuerdo hace tiempo, cuando había concurso aquí en Madrid, que ganaba todos los años el oro en carros […].

Bueno, está bien eso de que ganara en carros cada año, pero… ¿a mí qué me importaba si sólo le había comprado una maqueta que vendía? ¿Era necesario mencionarlo? Pues se ve que sí porque ¿y el gustirrinín de restregar los oropeles al prójimo? Qué vaina, como decimos por el sur.

Otros vainas echan egos menesterosos a pasear por concursos y foros. La diferencia está en que en los primeros el contacto es directo y se ve la reacción del personal ante el lustre propio, y en los segundos la satisfacción es diferida, mediata, el vaina sabe que se ve y lee lo suyo, pero sólo está seguro de saciar su sed de aplauso si los demás concurrentes le aplauden cuando le contestan. Los demás tampoco sabemos (desgraciadamente) la cara que pone cuando son pocos  los que lo hacen o no lo hacen como él quiere (usando adjetivos del tipo «soberbio», «espectacular» y de ahí para arriba). En los foros, el vaina suele colocar su mensaje y esperar un día o dos para dar tiempo al personal (que en ocasiones es sincero y en otras se ve que se deja llevar por el viva Cartagena) a que coja los instrumentos y le toque una marcha gloriosa en honor de su real ombligo. Si el vaina no logra lo que quiere y como lo quiere, dejará de usar ese foro de paletos ignorantes (habráse visto, elogiar más la maqueta de Mengano que la mía) y se buscará otro donde el nivel del personal sea menor y por tanto los elogios mayores. Fácil.

El vaina concursero se planta de piernas abiertas en algún ángulo bien visible de la sala y discursea entre dos o tres pobres papanatas que le oyen extasiados su explicación de cómo le hizo los enganches a la torreta del Tiger que está en la vitrina, justo allí al ladito, claro, para que se sepa que es el suyo, que aquí hay mucha porquería y no es oro (precisamente oro) todo lo que reluce. Hay que saber distinguir, no se equivoquen. Así ví a uno hace años en el concurso de Almería.

¿Véis? Este Tiger [el de otro concursante, claro] tiene los enganches de la torreta mal puestos, no están en su sitio. Tenía que haberlos puesto como en el mío.

El vaina forero, además de poner tropecientas imágenes de la maqueta en fase de montaje casi pieza por pieza y no digamos de la maqueta pintada, ataca la faena, por ejemplo, con un:

Este avión/carro [táchese lo que no proceda] va completamente remachado y le he puesto nanocientas mejoras. Me gustan los camuflajes difíciles, no los aviones/carros de un sólo color [aquí omite «como otros pringaos«][…] Ahora llevo cuatro maquetas en marcha […].

La vanidad del modelista vanidoso, como la de cualquier otra criatura, tiene difícil remedio porque la cura está en él mismo y no corregirá su vicio mientras el orfeón no deje de hacerle el pasillo. Para ayudarle, el tiempo me ha enseñado que lo mejor que se puede hacer es ignorarlo olímpicamente si la petición de flores es por escrito, y poner cara de póker cuando la demanda es oral. Sin reacción alguna a favor/en contra, pronto se buscará algún otro al que darle la tabarra de los laureles. Así coopero para que al menos su vicio no empeore.♦

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